jueves, 18 de septiembre de 2014

Domingo 21 de septiembre: XXV del Tiempo Ordinario

LECTURAS

  • Isaías 55, 6-9
  • Salmo 144
  • Filipenses 1, 20c-24.27a
  • Mateo 20, 1-16
La generosa y paciente desmesura del sembrador divino (será publicado en La Tribuna de Albacete)

Una vez más la palabra de Jesús nos sorprende y por supuesto nos deja descolocados, la novedad del mensaje es que las cosas ya no pueden ser como siempre, entramos en la nueva historia en la realidad magnífica y sorprendente de la comunidad, aquellos que han llegado tarde, que no han aguantado el peso del día y del sol, serán recompensados con la misma paga. Nos sorprende que Dios no sea tan justiciero, ni tan inclinado al «toma y daca», al «la has hecho y la pagas», como tal vez nos lo habían presentado. Y nos descoloca porque nosotros sí que solemos medir a los demás por un rasero cicatero, poco dispuesto a valorar al que no es de los nuestros, no piensa como nosotros o, sencillamente, no lo entendemos, no lo conocemos. Frente a esas exclusiones partidistas, la parábola del sembrador incansable en reclutar para sus filas de eternidad y emplear para sus tareas del Reino, es una invitación a ampliar nuestros estrechos miramientos y aprender a reconocer en todos su parte de verdad, su porción de valor y mérito. Ser generosos como el Padre del cielo, por otra parte, supone devolver la  benevolencia con la que a nosotros mismos se nos ha tratado. Pues si Dios confió en nosotros, que tampoco somos perfectos, bien merece que gastemos la misma generosidad con los demás.
Este mensaje tiene un significado especial para los que ya somos seguidores de Jesús y pertenecemos a su Iglesia. A veces, en nuestras comunidades de larga trayectoria, sentimos escalofríos al ver que los que se acaban de incorporar, ponen en peligro las cosas que hemos ido construyendo y que incluso llegamos a identificar con el evangelio. Pues los modos y maneras son cambiables mientras que la llamada y su universalidad son permanentes. Jesús, una vez más nos advierte de la tentación de creernos los mejores, de pensar que lo mejor es nuestra «capillita» particular.  No podemos olvidar que hay carismas, estilos de ver y vivir el único evangelio, pero todos tienen que ser puestos al servicio de la comunidad, siempre buscando la comunión. Con la humildad que requiere saber que el que nos encargó este servicio es el que realmente lo hace eficaz. Nuestras aportaciones al presente de la Iglesia, con ser importantes y valiosas, no dejan de ser una mínima parte que se debe a lo que otros hicieron y quedará en las manos de quienes vienen detrás. Esta consideración nos devuelve a la justa medida de nuestra responsabilidad, como la del jornalero que, llamado cada uno a la hora en que encontrara al Señor, trabaja en su única y común viña de salvación. Los miembros de la comunidad no somos los amos del campo, sólo trabajadores, eso sí al estilo del amo, por tanto especialistas en generosidad y esto en todos los ámbitos de nuestra vida, y de manera especial en los que parecen más alejados de esta clase de valores.
«Así, los últimos serán primeros y los primeros últimos» Esta afirmación, desde luego nos marca a los seguidores de Jesús con un estilo que no puede ser otro que ser levadura en la masa, y que haga fermentar el Reino. Es la inequívoca vocación de servicio que marca el ser y el rumbo de la Iglesia. Pero también supone una advertencia para todos, creyentes o no, para que no vivamos solo para nosotros mismos, pues ese camino irremediablemente nos aísla y aparta de la posible felicidad, la que pasa por conseguir el bienestar del hermano. Nuestro mundo es eminentemente individualista, en el que no podemos ser ingenuos y por tanto nos vemos abocados a ser egoístas, desconfiados y aceptar esa cruel manera de vivir la competitividad. Como mucho nos resignamos a ser generosos sólo en el tiempo libre, y sobre todo lo que no toque al dinero. Pero esa largueza con la que Jesús caracteriza a Dios, que cuenta con todos sin importar la hora y la procedencia, denuncia la injusticia social que deja al margen a grandes mayorías de la humanidad, así como la pobreza existencial que produce el egoísmo como forma de vida. Y este mensaje, en tiempos de alejamiento de la Iglesia pero de búsqueda de sentido y sabiduría vital, puede servir de reclamo para todos, cristianos o no, para que unamos nuestros esfuerzos en la única tarea que importa, la de facilitar la vida en dignidad para todos los hijos de Dios, para toda la humanidad. Y para esa tarea, más que el carnet de afiliación religiosa, ideológica o filosófica, cuenta la entrañas de compasión, el sentido de la justicia y la búsqueda de sentido que a todos nos hermana. Así, que, esta hora, la tuya, la mía, la nuestra, puede ser buena para ponerse manos a la obra.

COMENTARIO DE J. A. PAGOLA
COMENTARIO DE LA PARROQUIA DE STO. DOMINGO DE GUZMÁN
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